Esta historia quiero escribirla en castellano.
Viví hasta los 9 años en Treviso. Recuerdo que por aquel entonces mi devenir allí era muy tranquilo. No tenía un sentido muy preciso de lo que significaba el paso del tiempo. Me costaba mucho pensar en un lapso que fuese más allá de una semana. Y mi existencia transcurría, básicamente, entre la convivencia familiar, los juegos en la calle con los chicos de mi edad y, por supuesto, mis estudios de enseñanza primaria.
Me encantaba ir a clase. Aunque hoy no sabría decir si me gustaba mucho estudiar sin embargo puedo decir que, desde muy pequeño, siempre tuve facilidad para aprobar cualquier examen con poco esfuerzo. Lo que detestaba era cuando tenía que salir a la pizarra y resolver un problema o hablar para el resto de los compañeros. Digo esto porqué en cierta ocasión cuando tenía 8 años, la profesora, Elisabetta Gatti, nos propuso un ejercicio: en los días sucesivos cada alumno tendría que explicar para el resto de la clase, de forma breve, cómo eran nuestras familias, es decir, a qué se dedicaban nuestros padres, cuántos hermanos teníamos y cuáles eran nuestras principales aficiones.
Era un día de febrero cuando llegó el momento de las exposiciones. La señorita Gatti nos fue llamando uno a uno en orden alfabético. En general no recuerdo mucho de qué cosas hablaron los chicos. Pero entonces, llegó el turno de un muchacho llamado Iván Francescato. Iván era algo más bajo que el resto de los chavales de su edad. Moreno y con el pelo largo siempre con una sonrisa en su cara, un optimista por naturaleza. Iván era muy delgado y nervioso, no podía estar parado y gesticulaba constantemente con típico estilo italiano. Recuerdo que, cuando hacíamos las clases de gimnasia, era el más rápido, con diferencia de todos.
Desde la primera palabra que pronunció Iván nos cautivó. Nos dejó tan atónitos que ninguno de nosotros le interrumpió en ningún momento. Comenzó su exposición explicando algo inaudito: él era el más pequeño de seis hermanos. Ese dato de por sí ya era cosa poco usual. Pero qué decir, cuando nos contó que todos ellos jugaban a un deporte en el que se enfrentaban quince jugadores por equipo del que yo no había oído hablar nunca. Aquella fue la primera vez de la cual tengo conciencia en que alguien pronunció la palabra RUGBY. Por entonces yo sólo estaba interesado en el baloncesto, pero su exposición me dejó fascinado.
Prosiguió. De sus cinco hermanos, tres ya habían jugado con Italia partidos internacionales. Luigi, el mayor, al que todo el mundo llamaba Nello, tenía 25 años y era un auténtico líder; Bruno, de 22, tenía una clase y un talento innatos para jugar a este deporte; y, finalmente, Rino, el más joven, quien con sólo 20 años ya había debutado con la selección absoluta y a quien apodaban Speedy por su endiablada velocidad.
Todo cuanto explicó nos tenía absolutamente boquiabiertos. Sin embargo, jamás olvidaré las palabras con las que acabó su exposición. Dijo que ese sábado empezaba un torneo llamado Cinco Naciones, una competición con una tradición casi centenaria en la que tomaban parte la elite de los las cuatro naciones británicas más Francia. Y afirmo que su hermano Nello estaba convencido que Italia, algún día, participaría en ese torneo. Corría el año 1978.
Hasta aquel momento yo, aunque conocía a Ivan, no tenía un gran trato con él. A veces coincidíamos en el recreo. Pero ese día, tras finalizar las clases, coincidimos al salir y empezamos a caminar juntos. Yo me había quedado con ganas de saber más cosas relacionadas con el rugby. Me explicó cuál era la formación clásica de los jugadores en el terreno de juego: el 1 y el 3 són los dos pilieres (derecho e izquierdo); el 2, el talonador (el que lanza de touche, es decir, de banda); el 4 y el 5, la segunda línea; el 6, 7 y 8, la tercera línea (flanker derecho, centro y flanker izquierdo). A partir de aquí venían los puestos en que habían jugado sus hermanos: 9, medio de de melé; 10, medio de apertura; 11, 12, 13 y 14, los tres cuartos. Finalmente, el 15, el
arriere o zaguero.
Antes de separarse nuestros caminos me comentó que aquel día cumplía nueve años. Pensé
"vaya, a mi me queda menos de un mes". Me dijo que aquella tarde lo celebraría con una merienda en la heladeria Arcobaleno a la que asistirían sus amigos y que si quería ir, estaba invitado. Yo conocía perfectamente el sitio y al señor Gianmarco Pisello, un cincuentón natural de Pésaro que regentaba el negocio. Cuando llegué a casa pedí permiso a mis padres para ir y no pusieron ningún impedimento. En aquel tiempo era perfectamente normal que un niño de nueve años caminase solo por la calle.
Fui a su fiesta de cumpleaños y lo pasamos genial. Y a partir de entonces nos convertimos casi inseparables. Nuestra amistad, no obstante fue efímera ya que volví con mi familia precipitadamente a Barcelona en mayo de aquel mismo año poco después del el asesinato de
Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas.
El día en que nos despedimos convinimos que nos escribiríamos y que no perderíamos el contacto. Pero como suele suceder, con el paso del tiempo, inevitablemente, las cartas cada vez se hicieron menos frecuentes hasta que por fin, dejamos de escribirnos. A pesar de ello no perdí la afición que había empezado a desarrollar por el Rugby. Traté de absorber todo lo que tenía que ver con ese deporte fabuloso. Por ejemplo, recuerdo que, al llegar el mes de febrero lo asociaba con dos acontecimientos: por un lado, el cumpleaños de Iván, y por otro, el momento en que comenzaba el Cinco Naciones. Evitava a toda costa perderme las retransmisiones que Ramon Trecet narraba para Televisión Española los sábados por la tarde.
En años posteriores volví a Italia, pero jamás regresé a Treviso. No volví a verle. Con todo, de vez en cuando me preguntaba qué habría sido de su vida. Por lo que respecta a la mía, se fue espesándo y volviéndose más compleja, pero eso ahora no importa. Sí tengo que explicar que por lo que respecta a mi formación deportiva me fui desarrollando como jugador de baloncesto amateur hasta que un día, a finales de septiembre de 1990, disputando un partido sufrí una grave lesión de rodilla. Me diagnosticaron una rotura del ligamento cruzado anterior que me obligó a pasar por el quirófano. Tras ser operado, mientras me recuperaba en casa, solía devorar cualquier tipo de lectura que llegaba a mis manos. Un día, mi hermano me trajo una revista de rugby que se publicaba mensualmente. Me dijo que en un artículo hablaban de alguien que yo conocía. Me quedé estupefacto: así fue como volví a saber de Iván Francescato. Leí que, con 23 años había debutado con Italia, el 7 de octubre, contra Rumania. Era el cuarto de seis hermanos que llegaba a la selección absoluta. Algo que en el deporte de máximo nivel no tenía ningún precedente.
Me hice adepto de aquella revista y así pude seguir más o menos su fulgurante trayectoria internacional. Al año siguiente, en 1991, participó en el mundial de Inglaterra y posteriormente, en 1995 en el de Sudáfrica. Italia iba creciendo poco a poco y la reputación de Iván no hacía más que mejorar. Empezaron a apodarle Iván el Terrible, pues tenía una velocidad y fuerza tan poderosas que era absolutamente capaz de placar a muchos segundas líneas.
Después del mundial de 1995 se inició la disputa de un torneo que se jugaba durante dos años: la copa FIRA, algo así como el campeonato de Europa de Rugby. Italia realizó una competición inmaculada y se plantó en la final sin perder un solo partido. El 22 de marzo de 1997, el rival que esperaba a Italia por el título era la potentísima Francia. Todos los pronósticos eran favorables a los galos. No eran pocos, incluso, los que auguraban una severa paliza a los azzurri que les hiciera renunciar a sus cada vez más briosas aspiraciones de participar en el Cinco Naciones. Y, por si fuera poco, la final no se jugaba en terreno neutral sino en Grenoble.
Francia presentó una poderosísima escuadra. En aquel equipo figuraban nueve de los quince titulares que habían tomado parte la semana anterior en un partido del Torneo de Cinco Naciones. Sin embargo, los galos cometieron dos errores. El primero, subestimar la ambición, la ilusión y, sobre todo, la calidad de jugadores legendarios como Diego Domínguez, Alessandro Troncon, Paolo Vaccari o el propio Iván Francescato. El segundo error fue un fallo táctico. Francia no hizo el juego preciosista a la mano que tan buena fama le había otorgado. Quiso aplastar a Italia por delantera y renunció a abrir el campo y jugar con su línea de tres cuartos.
Como consecuencia de ello, el mismísimo Iván, a los cinco minutos de juego consiguió poner por delante a Italia gracias a un
ensayo por velocidad, marca de la casa. Desgraciadamente no pudo disfrutar de mucho tiempo en el terreno de juego ya que en el minuto 24 se lesionó y tuvo que ser sustituido. A pesar de ello, nada pudo detener a los italianos que vencieron con todo merecimiento a la formación gala por 40-32. La victoria de Italia sobre Francia cambió en el Rugby mundial. En la práctica significó la admisión de los transalpinos en el Torneo Cinco Naciones para la edición de 2000.
¿Y que fue de Iván a partir de entonces? Lo descubrí desafortunadamente también a través de las revistas de Rugby. Después de aquel hito, disputó cuatro partidos más con la selección pero al año siguiente, en 1998, sufrió una lesión que le mantuvo apartado de los terrenos de juego casi toda la temporada. Poco a poco se fue recuperando. Tenía muy claro que quería empezar 1999 con mucha fuerza y en su horizonte aparecía el año 2000 con el obsesivo deseo de disputar el primer Torneo (ahora) Seis Naciones, el primero en que participaría Italia.
El 19 de enero de 1999, después de un entrenamiento, algunos amigos y compañeros de su club de toda la vida, el Benetton de Treviso, fueron a cenar a su casa. También estaba su prometida. Todo era perfecto. Pero de repente Iván comenzó a sentirse mal. Le fallaron las piernas y sintió un dolor extremadamente agudo en su pecho. Cayó fulminado al suelo. Todo el mundo se preocupó. Fueron inútiles los intentos de socorrerle. De nada sirvió que lo llevaran rápidamente al hospital porqué Iván Francescato murió poco después.
Se le practicó la autopsia y se estableció que la muerte fue debida a un fallo cardíaco causado por una arterioesclerosis de la coronaria. Una patología que normalmente se da en los ancianos. El médico dijo que el corazón de Francescato presentaba las características de una persona de, al menos, el doble de edad. Se atribuyó una malformación a posibles factores genéticos.
No sólo en Italia, sino en el mundo entero, la muerte de Ivan Francescato fue una auténtica conmoción. Durante días no se habló más que ese trágico acontecimiento y se le rindieron todo tipo de homenajes. Se recordaron sus 38 presencias en la selección de Italia, sus setenta y siete puntos anotados o sus 16 ensayos, la mayoría de ellos de gran calidad. Pero, sin duda, de entre todos los reconocimientos, uno de los más importantes fue el que le tributó el del club con el que ganó cuatro títulos de liga italiana: jamás nadie más podrá volver a vestir la camiseta número 13 del Beneton de Treviso.
Iván Francescato hoy hubiera cumplido cuarenta y dos años.
LLETRA
Old friends, old friends, sat on their park bench like bookends. A newspaper blown through the grass, falls on the round toes of the high shoes of the old friends. Old friends, winter companions, the old men, lost in their overcoats, waiting for the sun. The sounds of the city sifting through trees settles like dust on the shoulders of the old friends. Can you imagine us years from today, sharing a park bench quietly? How terribly strange to be seventy. Old friends, memory brushes the same years, silently sharing the same fears. Time it was and what a time it was it was, a time of innocence a time of confidences. Long ago it must be, I have a photograph. Preserve your memories, they’re all that’s left you.
TRADUCCIÓ
Vells amics, vells amics, asseguts en els bancs del parc ben quiets. Un diari vola a través de la gespa, cau als polzes dels peus de les grans sabates dels vells amics. Vells amics, companys d’hivern, els homes vells perduts dins dels seus abrics, esperen que surti el sol. Els sons de la ciutat es filtren a través dels arbres. S’instal·len com la pols damunt les espatlles dels vells amics. Pots imaginar-nos d’aquí a uns anys, compartint un banc del parc tranquil·lament? Què terriblement estrany tenir setanta anys. Vells amics, el record passa fregant els mateixos anys, en silenci compartint les mateixes pors. Era temps i quin temps era. Era un temps d’innocència un temps de confidències. Deu ser que fa molt temps, tinc una fotografia. Conserva els teus records, són tot el que et quedarà.
(ESCOLTA-LA)