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divendres, 1 de març del 2013

ALGO PERSONAL. Joan Manuel Serrat

Llegué. Abrí la puerta y vi que mi padre estaba sentado en el sofá mirando la televisión y maldiciendo en voz alta. Yo le pregunté qué era lo que le sucedía. Me respondió que el muy desgraciado había dejado el país para ir a esquiar al Canadá. Le dije a mi padre que no entendía de qué me estaba hablando, que se calmara y que me lo explicara tranquilamente. No hizo falta, en seguida vi imágenes inequívocas de la persona a quien se refería y también escuché el relato periodístico de toda esa situación tan inverosímil.

Desde aquel momento no pasa un día sin que no haya una noticia que nombre al tipo en cuestión. Ninguna de ellas, de momento, es buena. Y me pregunto, ingenuamente, cómo es posible que sigan pasando estas cosas en pleno siglo XXI. Resulta tremendamente descorazonador asistir a semejante frenesí informativo y es entonces cuando a uno le asaltan impulsos jacobinos.

En algún momento habrá un punto de inflexión que determine si toda esta gentuza que aparece en portada por sus conductas presuntamente delictivas, se irá de rositas o bien, definitivamente, se ha de recurrir al bisturí (obviamente aséptico) del estamento judicial para extirpar de raíz cualquier atisbo de corrupción. Yo soy de los que piensan que el tiempo de la retórica se está acabando y que pronto llegará el momento en que se nos planteará el dilema de seguir impertérritos ante el repugnante espectáculo mediático cotidiano o, de una vez, tomaremos la iniciativa para pasar al contraataque.

Salut, camaradas!

LLETRA

Probablemente en su pueblo se les recordará como cachorros de buenas personas, que hurtaban flores para regalar a su mamá y daban de comer a las palomas. Probablemente que todo eso debe ser verdad, aunque es más turbio cómo y de qué manera llegaron esos individuos a ser lo que son ni a quién sirven cuando alzan las banderas. Hombres de paja que usan la colonia y el honor para ocultar oscuras intenciones. Tienen doble vida, son sicarios del mal. Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad, viajan de incógnito en autos blindados a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad, a colgar en las escuelas su retrato. Se gastan más de lo que tienen en coleccionar espías, listas negras y arsenales; resulta bochornoso verles fanfarronear: ‘a ver quién es el que la tiene más grande’. Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz, juegan con cosas que no tienen repuesto y la culpa es del otro si algo les sale mal. Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Y como quien en la cosa, nada tiene que perder. Pulsan la alarma y rompen las promesas y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer nos ponen la pistola en la cabeza. Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar van a cagar a casa de otra gente y experimentan nuevos métodos de masacrar, sofisticados y a la vez convincentes. No conocen ni a su padre cuando pierden el control, ni recuerdan que en el mundo hay niños. Nos niegan a todos el pan y la sal. Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Pero, eso sí, los sicarios no pierden ocasión de declarar públicamente su empeño en propiciar un diálogo de franca distensión que les permita hallar un marco previo que garantice unas premisas mínimas que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida sólido y capaz de este a oeste y de sur a norte, donde establecer las bases de un tratado de amistad que contribuya a poner los cimientos de una plataforma donde edificar un hermoso futuro de amor y paz.